ASUNCIÓN (Enviado especial).- Gustavito Costas, de apenas tres años, ya pisaba el césped del Cilindro en 1966 para sumarse a la foto de la formación de los jugadores del Equipo de José, una suerte de mascota. Gustavo Adolfo Costas, en diciembre de 1983, siguió el descenso de Racing desde la platea, con un yeso que iba desde el dedo del pie hasta la cintura por la rotura del tendón rotuliano, lo que le impidió estar en el campo junto a sus compañeros durante esa temporada negra. Gustavo Costas, 337 presencias, el segundo que más veces vistió la camiseta blanca y celeste detrás de Natalio Perinetti, encabezó como capitán al equipo que en diciembre de 1985 volvió a Primera ante Atlanta en la cancha de River. El 15 de abril de 1986, Costas salió a jugar para Argentino de Mendoza junto a diez compañeros de plantel académico: una reestructuración del calendario dejó a Racing seis meses sin competencia, por lo que se fueron a préstamo para participar del Regional con la promesa de cobrar 150 australes por partido ganado. Costas, el 18 de junio de 1988, lanzó el pelotazo que derivó en la corrida de Omar Catalán en el Mineirao ante Cruzeiro, cuando la Academia consiguió la Supercopa, su último título internacional.
Ya como entrenador, durante los 50 partidos que duró su primer ciclo junto a Humberto “Bocha” Maschio entre 1999 y 2000, a Costas le tocó salir a un estadio lleno para un partido que no se jugó porque la Justicia no lo permitía; también abrió una cuenta a su nombre en el Bank Boston para organizar colectas que permitan salir de la quiebra; encabezó marchas al Obelisco, al Congreso y a Casa Rosada; hizo debutar a Diego Milito, entre otros; fue el DT del famoso partido en Chile para arreglar la caldera del vestuario y que los futbolistas se puedan bañar con agua caliente; dirigió al equipo que empató ante Atlético Tucumán en la fiesta del centenario del Decano a cambio de 20 mil pesos para el club.
En cambio, Costas ocupó el vestuario visitante el 29 de diciembre el 2001, cuando su Guaraní de Paraguay fue el único equipo que en esa fecha insólita se prestó a jugar un amistoso con el campeón argentino después de 35 años, que sirvió para que el club recaude un millón de pesos (todavía dólares) y pueda pagar los premios al plantel que cortó los 35 años de sequía local.
La historia de Costas es la historia de Racing. Son cuatro generaciones racinguistas, desde el abuelo del entrenador hasta sus hijos Gonzalo, Federico, Giuliana y Gustavito. Los primeros dos trabajan en el cuerpo técnico, uno como preparador físico y el otro como ayudante alterno. Giuliana cumplió 15 este año, con la mala suerte de que la fiesta cayó la misma noche que Racing perdió 1 a 0 ante Gimnasia como local. Su papá cumplió con la promesa de estar antes de las 12 para el brindis, pero con la derrota fue difícil que aparezca la sonrisa. El menor de los Costas ya se hizo viral por videos en los que su papá lo corre por el Cilindro y le canta canciones de cancha mientras duerme. Por eso no es un latiguillo cuando dice: “Racing es mi vida, es mi familia”. En la platea de la Nueva Olla era fácil distinguirlos: todos vestían de blanco con una inscripción que decía Costas.
Ellos parecen ser los únicos que ya no se sorprenden por el fanatismo del ex defensor central. Aún después de un año de convivencia, los futbolistas y empleados del club no se acostumbran a encontrarse con el técnico en el vestuario tarareando alguna canción de tribuna, o cruzarlo mientras van al desayuno y oírlo gritar por Racing. “¿Estás cagado? Cagado no, eh, con fe. Vamos con todo”, le puede decir al oído a un jugador antes de un partido clave durante la cena.
Aunque muchas veces la planificación de los partidos corre por cuenta de su ayudante Francisco “Pepi” Berscé, Costas el gran hacedor de este Racing que tiene dos grandes virtudes: un plantel de jerarquía y la convicción grupal de que está listo para hacer historia. El mérito de ambas es del DT. “Ahora dicen que tenemos el mejor plantel del mundo pero a algunos jugadores que trajimos no los conocía nadie. Y tienen 30 años”, saca pecho. La unión grupal tuvo un punto de quiebre. La derrota por 1 a 0 ante Atlético Tucumán, en la que el capitán Gabriel Arias alzó la voz y habló de falta de actitud. El vestuario crujió. También los medios: durante 48 horas la mitad celeste y blanca de Avellaneda fue tema de conversación en la prensa como pocas veces. El temblor se frenó con una remontada ante Boca. Y como suele ocurrir, el grupo salió con más fuerza de la adversidad.
“Desde la pretemporada que les digo que tienen que soñar. Donde estén tienen que estar pensando en la copa. La copa, la copa, la copa. Es el sueño. Les quiero inyectar eso que nos inyectaron a nosotros de chico”, explicó Costas en estas horas. Con la ventaja de un plantel que tiene una identificación grande con el club, esa inyección se masificó. “Si nos juntamos todos, somos distintos. No te digo imbatibles. No somos ni millonarios, ni la mitad más uno ni tenemos siete copas. Somos distintos”, define.
Por estas horas parece difícil encontrar alguien que ande más feliz que Costas. Después de más de 15 años de estar lejos de su casa le abrieron las puertas de su club. Esta vez, no hay quiebra como en 1999. Tampoco un gerenciamiento en retirada, como en 2007. En su tercer ciclo, es la primera vez que el DT trata con un presidente de Racing. A lo largo de 10 años de mandato, Víctor Blanco nunca lo había considerado como una opción. La prueba está en los más de dos meses que pasaron desde la salida de Fernando Gago en 2023 hasta que llegó la primera reunión con Costas, y las largas semanas que siguieron a esa presentación. Pero eso ya es parte del pasado: la Academia es el único equipo que se bancó la doble competencia a lo largo de este 2024.
Más allá de su amor por los colores, el entrenador también tiene un currículum que lo respalda. Fue campeón en cuatro ligas distintas de Sudamérica: Perú (Alianza Lima), Paraguay (Cerro Porteño), Ecuador (Barcelona) y Colombia (Independiente Santa Fe). Nada se compara con esta aventura que vive con Racing.
En la última semana, además de cumplir con su rol de entrenador para dirigir al equipo ante San Lorenzo, dar las conferencias de prensa, preparar las prácticas y demás, se hizo un tiempo para aparecer en la charla para socios en el nuevo predio que el club construye en Ezeiza, entregó carnets para los vitalicios, le regaló una entrada a un hincha que se volvió viral en redes desde que salió caminando de su casa bonaerense la semana pasada y se entregó a los abrazos con los fanáticos que esperaban que el tiempo pase en la puerta del hotel.
Los paraguayos abren los ojos cuando se les nombra a Costas. Dejó un gran recuerdo en Guaraní y Cerro Porteño. Lo definen igual que en Avellaneda: “Es un buen tipo”. Asunción es, al cabo, su segunda casa: el lugar donde le dieron trabajo cuando Racing no se lo ofrecía. Su actual esposa, Zully Ayala, es paraguaya.
En 2005, fue campeón guaraní con Cerro Porteño, club que será sede de la final del sábado ante Cruzeiro, el mismo rival contra el que festejó Costas su único título con Racing. “Quería llegar a Paraguay. Se que la gente me quiere mucho. Yo amo al Paraguay. Soy creyente y se están dando cosas que uno planeaba en su cabeza”, confiesa. Sí, como si fuera un cuento. Es la historia académica de Gustavo Costas que suma su capítulo central.