Por qué los medicamentos para bajar de peso pueden arruinar la vida sexual

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Cuando Jeanne empezó a pensar seriamente en tomar Zepbound, uno de los fármacos de nueva generación para adelgazar, tuvo una breve conversación con su marido, Javier. Estaban en su dormitorio en ese momento, vistiéndose y cepillándose los dientes a toda prisa durante ese breve intervalo matutino antes de que su hijo de 12 años se fuera a la escuela y comenzara la jornada laboral de Jeanne. El intercambio no fue tanto una discusión como la transmisión rutinaria de datos domésticos, junto con la lista de compras.

-Me gustaría probar esto –le dijo Jeanne a Javier.

—Está bien —dijo Javier.

Tanto para Jeanne como para Javier, la decisión fue fácil. Jeanne, que tiene 53 años, ha luchado con su peso desde quinto grado, y los análisis de sangre de un examen físico reciente indicaron el empeoramiento de la enfermedad del hígado graso. “Ese fue el catalizador”, me dijo Javier, de pie en la gran cocina de su cómoda casa en Nueva Inglaterra, donde a través de una ventana panorámica una hamaca vacía se balanceaba violentamente con el gélido viento invernal.

En el momento de su decisión, a fines de 2023, los efectos de la droga todavía eran conceptuales y la perspectiva de Javier era sencilla. Estaba “totalmente comprometido”, dijo. Javier, que también tiene 53 años, se considera una persona del tipo “vaso medio lleno”, con un profundo impulso de ayudar a los demás y un apoyo constante a su esposa. “Nunca se me ocurrió preguntar: ‘Bueno, ¿qué significa esto para nosotros ?’”.

Jeanne tomó su primera dosis de Zepbound el 7 de marzo de 2024. Desde entonces, ha perdido 27 kilos; una exploración hepática reciente no mostró signos de enfermedad. Jeanne ahora utiliza palabras como “cambio de vida” y “milagroso” para describir los resultados. Pero ni Jeanne ni Javier (que pidió utilizar su segundo nombres para proteger su privacidad) podrían haber previsto el trastorno que el uso de la medicación crearía en su matrimonio de 15 años, una alteración que no solo ha cambiado radicalmente su peso y sus apetitos, sino que también parece haber obligado a una renegociación total de sus términos matrimoniales. Están lidiando, minuto a minuto, con una reconsideración de lo que aman el uno del otro, cómo se sienten cuando se miran al espejo, qué los excita. No han tenido relaciones sexuales desde que ella empezó a tomar Zepbound.

Javier parece desconcertado por los cambios en su esposa. Dice que está de duelo por la pérdida de la mujer con la que se casó, empezando por su aspecto físico. “Me encantaba sentir su cuerpo, su gran cuerpo, junto a mí en la cama, su suavidad; me resultaba reconfortante y tranquilizador”, dice. “Extraño eso. La voluptuosidad, poder inclinarme a su lado y sentirla, a falta de una palabra mejor, envolviéndome o sobre mí. Eso ya no es una opción”.

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Antes de recetar estos medicamentos, los médicos responsables informan a los pacientes de los efectos secundarios conocidos (diarrea, estreñimiento, náuseas, vómitos, dolor de cabeza), así como de la necesidad de modificar la dieta y el ejercicio. Les explican la pauta de dosificación y pueden hablar sobre el costo. Ahí, más o menos, termina la orientación profesional. Pero los efectos de la pérdida de peso extrema en las relaciones amorosas pueden ser profundos. La primera y más sustancial investigación relacionada con el tema se remonta a 2018, cuando un equipo de epidemiólogos suecos publicó un estudio sobre el impacto de la cirugía bariátrica en el matrimonio. Después de la cirugía, descubrieron que las parejas casadas tenían más probabilidades que las del grupo de control de divorciarse o separarse, mientras que las personas solteras tenían más probabilidades de casarse. En las parejas, “hay un gran impulso por mantener las cosas como están”, dice Robyn Pashby, psicóloga clínica que se especializa en cuestiones relacionadas con la pérdida o el aumento de peso. “Cuando una persona cambia, cambia el sistema. Se rompe ese contrato tácito”.

Jeanne y Javier coinciden en que los últimos diez meses han sido los más difíciles de su vida de casados, más difíciles que la depresión posparto de Jeanne o que su decisión de que Javier se convirtiera en un padre que se queda en casa y dependa del trabajo de Jeanne en la empresa. Ambos han estado en terapia individual, de vez en cuando, durante años; desde que Jeanne empezó Zepbound, están en terapia de pareja. “Le he dicho: ‘No te reconozco. Necesito una hoja de ruta’”, dice Javier. “Creo que se ha convertido en una persona diferente”.

Antes de recetar estos medicamentos, los médicos responsables informan a los pacientes de los efectos secundarios conocidos, así como de la necesidad de modificar la dieta y el ejercicio

El terapeuta de Javier le envió recientemente un enlace a un programa de tres fases para parejas que esperan darle un impulso a su vida sexual. En la primera fase, ambos miembros de la pareja permanecen completamente vestidos. Uno toca al otro en todas partes excepto en las zonas erógenas, mientras el miembro receptor dice lo que le gusta y lo que no. Luego intercambian los roles. Jeanne y Javier lo intentaron una vez, y Javier dice que “lo disfrutó mucho”. Pero cuando le preguntó a Jeanne si quería hacerlo de nuevo, ella dijo que no, que no estaba lista. “Quiero decir, eso me pone nerviosa, porque ¿cómo puedo reconectarme físicamente con mi esposa cuando ella no aprecia, no le gusta o no quiere que la toquen?”, dice. Su cuerpo es “algo nuevo y emocionante para mí, y me gustaría explorarlo”.

Jeanne, que dirige la escena con una sonrisa generosa, siente que está cambiando. “Estoy en un estado de cambio constante”, explica Jeanne. “Como si no hubiera alcanzado a mi cuerpo”. Dice que su experiencia principal del año pasado, aparte de la disminución radical de su apetito, ha sido el descubrimiento de sus propios límites y la capacidad de imponerlos. Tiene temperamento complaciente y ahora Jeanne ha notado que le resulta más fácil decir que no en el trabajo, en situaciones sociales y ante la familia extensa, así como ante Javier. El dormitorio es donde sus nuevos límites han surgido con mayor claridad.

Javier especula que la actual falta de interés de Jeanne por el sexo puede estar relacionada con el Zepbound, y razona que un fármaco que reduce los antojos de comida también puede reducir el interés por otros placeres. Algunos pequeños estudios de observación han demostrado una reducción del interés sexual, especialmente entre los hombres que toman la medicación. Pero según los resultados de ensayos a gran escala , publicados en 2024 en Diabetes, Obesity and Metabolism, los medicamentos agonistas del GLP-1 (la clase de fármacos que imitan los efectos de la hormona natural que ayuda a regular el azúcar en sangre, la digestión y el apetito) pueden aumentar el deseo sexual. Jeanne también espera que su disminución de la libido pueda tener otra causa: ha estado tomando antidepresivos intermitentemente desde el nacimiento de su hijo y recientemente ha pasado por la menopausia.

Mientras tanto, sus peleas se han vuelto más frecuentes y feroces. “Está reprimido. Es algo que ha estado embotellado y, de repente, la presa se ha roto y te está atacando”, dijo Javier. “Este último año ha sido muy, muy, muy desafiante en muchos sentidos”.

Hablé con unas dos docenas de personas sobre los efectos de los medicamentos GLP-1 en sus relaciones y me sorprendió la frecuencia con la que se referían a la alteración (o la ansiedad ante la anticipación de la alteración) de hábitos ordinarios establecidos hace mucho tiempo. La gente hablaba de perderse una hora de cóctel preciada, citas para hacer las compras, sexo habitual, comidas en restaurantes. “Nadie quiere llevarme a cenar y verme comer medio trozo de pan”, me dijo un neoyorquino de 40 años. La comida y la intimidad física son, por supuesto, necesidades humanas esenciales, pero también significan mucho más: seguridad, placer, comodidad, amor, un sentido mutuo de dar y recibir, por lo que la alteración repentina de estas rutinas puede traducirse en una pérdida de la identidad compartida. Las parejas hablaban de perder el sentido de sí mismos como “amantes de la comida” o “gente de fiesta” o “gente sexy” o “atletas”. Las parejas más satisfechas, que daban fe de la menor fricción doméstica, parecían cohabitar con cierta flexibilidad en lo que respecta a las expectativas silenciosas de la pareja. No consideraban que la hora de la cena fuera sacrosanta. No se aferraban demasiado a ideas preconcebidas sobre la frecuencia del sexo. Podían preparar una preciada lasaña sin sentirse ofendidos por el hecho de que su pareja, que antes era voraz, solo comiera un poco.

Sin embargo, con más frecuencia, las parejas se ven sorprendidas por el trastorno que pueden causar los medicamentos para perder peso, a veces antes de que alguien tome una sola dosis. Hablé con dos mujeres en Virginia que se conocieron como canoeras de élite y de competición. Ambas son corpulentas, pero solo una de ellas reúne los requisitos para que se les prescriba el medicamento. “Me siento inútil, olvidada y dejada atrás”, dijo la que no puede obtener una receta. Ambas esperan ansiosamente la disparidad en sus apetitos. Una joven madre de Ohio, que se está recuperando de un trastorno alimentario, observa con cierta alarma cómo su marido recibe constantes elogios sobre lo bien que se ve ahora después de perder peso con la medicación. Un profesor universitario me dijo que encuentra erótico el tamaño de su esposa, y aunque no quiere imponer ningún juicio sobre las decisiones sobre su cuerpo, le preocupa su conexión sexual a medida que ella se vuelve más pequeña. Una mujer de 29 años del sur describió cómo perder casi 27 kilos la hizo sentir repentinamente agobiada por su marido mayor. Ahora que se siente más atractiva y más de su edad, su marido —con su abdomen prominente— le resulta menos atractivo, y ella está distraída por un constante coqueteo con un amigo de la familia. Una abogada del estado de Washington dejó a su marido después de perder 23 kilos con Zepbound. Se dio cuenta de que su cuerpo más grande le daba a él “una sensación de seguridad”: a él le gustaba que ella no se sintiera segura ni atractiva, me dijo. “Él decía: ‘Genial. Ella no me va a dejar’”.

Los efectos de la pérdida de peso extrema en las relaciones amorosas pueden ser profundos

Hablé con una pareja de Orlando, Florida, que luchaba por recuperar el equilibrio de su vida familiar, que antes era predecible. A Vincent Hsu le recetaron Mounjaro en diciembre de 2022, después de que sus marcadores de diabetes aumentaran a un nivel preocupante. Hsu, que es médico en Orlando, ha perdido desde entonces 18 kilos, un logro que le ha hecho sentir “como si tuviera poderes que nunca antes había tenido”, me dijo en una videollamada. Hsu, que era corredor ocasional cuando pesaba más, se unió a un club de corredores con colegas del hospital en la primavera de 2023. Desde entonces, ha corrido seis medias maratones y dos maratones completas y, ahora más ligero y sin dolor en las articulaciones, fue lo suficientemente rápido como para ganar un premio por grupo de edad. Al hablar de la manta que ganó en la media maratón de la Fuerza Aérea en septiembre de 2024, parecía un niño orgulloso, mirando hacia otro lado en nuestra videollamada y luego hacia mí sonriendo. “Nunca pensé que podría ganar premios por la actividad física, ¿sabes?, y casi lloré”.

La pérdida de peso y el hecho de correr han provocado tensiones en su matrimonio. “Grace dice cosas como: ‘¿Qué? ¿Estás corriendo otra vez?’”. En la pantalla, Grace, una administradora de enfermería que es un poco regordeta, estaba sentada detrás de él y comenzó a reír. En su momento más delgado, Hsu, que mide 1,78 metros, había bajado a 56 kilos. “Vincent pensó que era atractivo”, explicó Grace, “pero no, estaba empezando a verse demacrado, como un anciano”. Siempre estaba corriendo y estaba de mal humor en casa, y Grace se preocupó por él. Su libido disminuyó, y también lo hizo su vida sexual. Cuando ella lo agarraba del cuerpo, podía sentir los huesos.

Bajo la presión de su esposa y basándose en la teoría compartida, no comprobada, de que la pérdida de masa muscular había agotado su testosterona, Hsu comenzó a entrenar con pesas y a aumentar la cantidad de proteínas en su dieta. También comenzó a espaciar sus dosis de Mounjaro más de lo que le receta su médico y recuperó 5 kilos. Ninguno de los Hsu dijo que el sexo había vuelto a los niveles anteriores, pero es más frecuente y la calidad, me aseguró Grace, es buena. Pero Hsu, que es médico, sigue asombrado por el silencio en torno al tema de los medicamentos para adelgazar y la intimidad. “Vas a tener que gestionar tus relaciones”, dijo. “Y yo no me había dado cuenta de esto antes”.

En las conversaciones con su terapeuta, Jeanne está empezando a entender que su ira hacia Javier está surgiendo en el contexto de su furia hacia el mundo exterior, donde se siente ahora visible y aceptable. Lleva cuatro años trabajando en su puesto, pero el departamento de marketing ha descubierto hace poco sus dotes como oradora pública. La están ofreciendo a los medios de comunicación como portavoz y sus jefes le piden, cada vez con más frecuencia, que explique los objetivos y la estrategia del departamento a la junta directiva y a la alta dirección. “Pero siento que hay una percepción diferente de mí, cuando soy la misma persona”, dice. “Solo he perdido 27 kilos”.

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Hace poco, Jeanne estaba viajando de regreso a casa en el asiento de ventanilla de un vuelo procedente de Chicago. Había sido un día largo, Jeanne estaba cansada y el hombre que estaba a su lado le dijo, a modo de introducción a la conversación: “Me alegro mucho de estar sentado al lado de una persona pequeña”. Luego prosiguió explicando su incomodidad al estar sentado entre dos pasajeros grandes, como si Jeanne lo entendiera o ambos fueran miembros del equipo pequeño. “Y entonces, por un lado: ‘¡Hurra! ¡Soy una persona pequeña!’”, dice Jeanne. Pero también estaba “realmente enojada”, porque los comentarios del hombre confirmaron su miedo más oscuro y perpetuo: que las innumerables veces que ha estado en un avión “tratando de tener una conversación agradable”, todo lo que el compañero de asiento estaba pensando era: “Estoy atrapada al lado de esta persona gorda”.

Ahora que Jeanne está delgada, su furia es omnipresente; puede ver hasta qué punto el mundo culpa y rechaza a las personas gordas. Cuando se toma de la mano en público con Javier, Jeanne admite que ahora “me siento menos avergonzada”. Ya no se protege de las miradas de desaprobación que le dirigen a ella (y también a él). “Es como si no estuvieras con… usaré la palabra ‘gorda’… una persona gorda”. Jeanne le dice a Javier: “Siempre pensé en cómo te vería alguien. Especialmente cuando estás en tu mejor forma. Pensarían: ¿Qué está haciendo con ella

Jeanne y Javier fueron juntos al colegio y se enamoraron mutuamente. “Yo tenía 17 años y estaba gorda”, recuerda Jeanne; ya había aprendido a compensar su peso siendo siempre superamable, fiable y competente. Trabajó en el anuario y el diario del colegio y en el consejo estudiantil, y cuando Javier le manifestó interés por ella en aquel entonces, Jeanne no podía creer que fuera sincero. Javier también era grande, y de adolescente adquirió el hábito de alisarse la parte delantera de su remera cuando se sentaba para que no se le abultara y acentuara el abdomen. Pero era jugador de fútbol, ​​un defensa de línea ofensiva. Estaba orgulloso, dice, inflando los brazos, de sentirse grande y fuerte. Cuando se reencontraron 20 años después, luego de que terminaran sus primeros matrimonios, Javier pesaba más que nunca, unos 118 kilos. Jeanne, que entrenaba cinco días a la semana, estaba en su punto más delgado: 72 kilos.

La primera vez que tuvieron sexo, Javier recuerda que se sorprendió de que Jeanne pareciera tan atrevida. Pensó que tal vez fuera tímida. “Me encantó que no tuviera ningún problema en desvestirse delante de mí. No dijo: ‘No me mires’ o ‘Me avergüenzo de esto’ o ‘Mis pechos son demasiado grandes’ o ‘Mi trasero es demasiado grande’ o ‘No me gusta este rollito’”, dice. “Así que asumí que estaba feliz con su cuerpo”.

Con Javier sentado a su lado, le pregunté a Jeanne qué recordaba de su primera vez. “Siempre me da vergüenza”, dijo. “Pero, quiero decir, estuve enamorada de él durante 20 años. Y aquí estamos. Es como un sueño hecho realidad. Así que creo que estaba feliz en ese momento, pero probablemente horrorizada por mi apariencia”.

Esta nueva clase de medicamentos tiene el potencial de alterar las suposiciones generalizadas sobre la enfermedad y la intervención y también sobre el lugar del autocontrol

Lo que sí recuerda con claridad son las décadas de dietas extenuantes, campamentos de entrenamiento y preparación de triatlón, los años que pasó encogiéndose y condenándose a sí misma por no poder mantener la pérdida de peso. “No tenía la fuerza de voluntad ni la determinación”, dice, “o no lo deseaba lo suficiente”.

Esta nueva clase de medicamentos para bajar de peso tiene el potencial de alterar las suposiciones generalizadas no solo sobre la enfermedad y la intervención, sino también sobre el lugar del autocontrol. Aunque sus efectos sobre la conducta aún no se comprenden por completo, se ha demostrado que son útiles para tratar la adicción al alcohol y, en ratas, la dependencia a la cocaína. Según algunas anécdotas, los usuarios informan de reducciones en otras compulsiones, como ir de compras, comer en exceso y arrancarse el pelo. No se sabe si los fármacos actúan directamente sobre la química cerebral en estos casos o si la capacidad de controlar la alimentación abre una puerta a otros tipos de autodisciplina. Pero para algunas personas puede parecer que los fármacos les están “dando poder para tener más autonomía” sobre sus vidas, “o control sobre cosas con las que pueden haber estado luchando”, dice Scott Hagan, un internista de la Universidad de Washington que investiga y prescribe con frecuencia los fármacos.

Un amigo cercano mío describió la “absoluta impotencia” que solía sentir cuando se enfrentaba a un plato de papas fritas . Inyectarse un medicamento y luego poder decidir comer solo cinco papas fritas y dejar el resto se siente como un milagro, explicó. Y a la luz de ese milagro, ¿qué otras mejoras o avances podrían ser capaces de lograr las personas con ayuda farmacéutica? “Cuando comienzan a perder peso (no pretendo que esto sea algo bueno), tienden a pensar en un nivel más alto de autoestima”, dice Pashby, el psicólogo. “¿Qué significa empezar a sentirse bien consigo mismo? Cambia todo en la vida. ¿Vas a buscar un ascenso? ¿Te diviertes con un chico? ¿Te presentas a la fiesta? ¿Vas al gimnasio?”

Para Jeanne, eso significa acceder a un sentido más auténtico de sí misma. Durante la pandemia, empezó a darse cuenta de hasta qué punto su personalidad extrovertida era una adaptación que hizo para ser más agradable. Una vez que la cuarentena le dio permiso para sentarse en el sofá con su Kindle, se sorprendió de lo mucho que le gustaba. Ahora que está más delgada, está alimentando a su hogareña interior y, en los viajes de negocios, prefiere leer en su habitación de hotel en lugar de salir a restaurantes. Está desprendiéndose de algunos de sus bolsos Louis Vuitton y está considerando cambiar su cupé Porsche por un Subaru. Ya no necesita embellecerse para que los demás la admiren.

A Jeanne y Javier les gustaba beber alcohol juntos; guardaban su colección de vinos en una nevera con capacidad para 200 botellas y les encantaba celebrar el final del día descorchando una botella. Pero Zepbound arruinó el gusto de Jeanne por el alcohol.

Ahora, cuando los invitan a jugar a la noche en casa de sus amigos, Jeanne negocia la hora de salida antes de que se vayan. Antes solían quedarse a beber después de la medianoche. “Yo podía irme a la 1 o a las 3 o lo que fuera”, dice Javier. Ahora, se ponen de acuerdo en las 11 de la noche como máximo.

“Ahora tomo cócteles sin alcohol”, dice Jeanne. “Otras personas empiezan a emborracharse y yo simplemente…”, se queda callada y se encoge de hombros. No extraña las noches largas ni el sueño perdido, pero siente que ya no es divertida. “¿Somos compatibles?”, pregunta en voz alta. Javier es “el alma de la fiesta. Todo el mundo lo adora. Yo nunca lo fui. Y ahora soy menos así”.

Javier dice que no le reprocha su sobriedad (él también bebe menos y ve los beneficios), pero aun así le molesta su nueva rutina. Extraña los días en que una velada con otras parejas terminaba de manera natural y regresaban a casa sin hacer nada.

“Creo que extraña a su compañera de copas”, dijo Jeanne.

Jeanne, Javier y yo cenamos una noche en un restaurante tradicional de Nueva Inglaterra con una chimenea encendida y cuatro tipos de carnes. Analizaron el menú con cuidado y decidieron compartir el filet mignon. Durante la cena, Jeanne me dijo que tiene la intención de comenzar a hacer trabajo voluntario de defensa de las personas con obesidad. Durante la pandemia, se inscribió en línea en la Universidad George Washington, donde obtuvo una maestría en políticas de salud pública. Y fue allí donde aprendió a manejarse con soltura en los argumentos culturales y políticos en torno a la obesidad, el enfrentamiento entre quienes la consideran una condición crónica, en gran medida genética (una enfermedad) y quienes la ven como un fracaso moral, una falta de disciplina, hábitos saludables y voluntad. Ella y Javier comenzaron a explorar sus diferentes enfoques sobre el uso de medicamentos antes de que ella comenzara a tomarlos, dentro de la relativa seguridad de un debate intelectual.

Cada vez que tienen esta conversación, “se convierte en una pelea”, dijo Javier durante la cena, antes de entrar con entusiasmo en una aclaración de su posición. Javier solía creer que la obesidad y el sobrepeso se podían controlar únicamente con ejercicio y dieta, dijo. Era un tipo de persona que se preocupaba por las calorías que entraban y las calorías que salían. Pero insiste en que su experiencia de vivir con Jeanne, viéndola ganar y perder hasta 30 kilos una y otra vez, le ha hecho cambiar de opinión. Ahora está 100 por ciento del lado de Jeanne, dijo, y llama a los nuevos medicamentos “una bendición”. Siguió adelante. Incluso cuando su pensamiento era inmaduro y consideraba que el aumento de peso era un fracaso de la disciplina, nunca consideró que las personas con cuerpos más grandes fueran en sí mismas un fracaso.

Javier está obviamente satisfecho con el trabajo que hace para controlar su peso y su salud. Pasa hasta dos horas al día en el sótano con sus máquinas Peloton y termina en el 10 por ciento de los mejores en casi todas las clases que toma. Mantiene un pulso en reposo de 45 y no le importa su panza, siempre que esté fuerte. Esta creencia en el trabajo duro y la disciplina infunde la cultura familiar. Javier admite que solía animar a Jeanne a ser más activa para perder peso. Desearía que la familia pidiera menos comida a domicilio. Y mantiene algunas reservas de principios sobre los medicamentos. “Creo que todavía hay muchas incógnitas”, dijo. “¿Cómo será dentro de cinco o diez años? Es una novedad. Todo el mundo se está lanzando a ello”.

Pero a Javier le resulta difícil decir estas cosas en voz alta sin provocar una pelea, y durante la cena recordó una discusión particular que tuvieron el verano pasado. Estaban de vacaciones en México, solos en el auto y hablando de su hijo. También es grande. Sus padres están preocupados por su salud y están de acuerdo en que quieren ayudarlo a adquirir buenos hábitos sin inculcarle vergüenza por la comida o por su cuerpo. En México, mientras conducían, Javier comenzó a preocuparse por lo que veía como la falta de fuerza de voluntad de su hijo. Sin pensarlo, dijo: “Cree que es tan fácil como tomar una pastilla”.

“Y me enojé mucho”, interrumpió Jeanne en el restaurante.

Jeanne interpretó el comentario reflexivo de Javier como una prueba de su miedo. A pesar de sus declaraciones de apoyo incondicional, ella cree que su marido reveló, en ese momento, su profunda desaprobación de su decisión de tomar un medicamento para adelgazar: “que lo que he hecho es el botón fácil”, me dijo Jeanne.

En la mesa, frente al fuego, la tensión entre ellos aumentó, como si el recuerdo de la pelea la reavivara. A Javier le molestaba que Jeanne se sintiera ofendida. “Soy su esposo”, dijo Javier, mirándome. “Soy su compañero”. Miró a Jeanne. “Te he apoyado en este camino”. ¿Por qué, le preguntó, diría algo que la lastimaría intencionalmente? Para Javier, parecía que los cambios en su familia estaban sucediendo demasiado rápido, que su matrimonio estaba en una situación precaria. De repente, sintió que Jeanne tenía todas las cartas y que su futuro no dependía de él.

Jeanne se fue apaciguando a medida que Javier insistía. ¿Y qué pasa con su hijo?, preguntó. ¿Lo había oído decir que quería probar medicamentos para adelgazar? Y allí, en el alegre bullicio del restaurante, la brecha entre ellos se hizo más grande.

Ella lo había hecho, admitió. De hecho, Jeanne y Javier habían hablado brevemente sobre la posibilidad de llevarlo a ver a un especialista en obesidad pediátrica, y ella había concertado una cita para más adelante en el año. Claro, dijo en voz alta, estaba de acuerdo con Javier. Su hijo necesitaba inscribirse en un deporte, cualquier deporte. Necesitaba comer menos bagels, menos Nutella. Pero ella no veía los medicamentos como algo fuera de cuestión. “Me preocupa su peso, y habiendo vivido con problemas de imagen corporal toda mi vida, me rompe el corazón”.

Aunque no se conoce a ciencia cierta cuáles son los efectos de estos medicamentos a futuro, su uso se ha popularizado en muy poco tiempo

-El mío también -dijo Javier.

Las posibilidades y consecuencias de los medicamentos para adelgazar, que hace apenas un año eran abstractas, ahora tenían incidencia no solo en el cuerpo de Jeanne y en el estado de ánimo de su matrimonio, sino también en la salud y felicidad futuras de su hijo. Javier no se opone totalmente a los medicamentos, pero los ve como un último recurso, después de los análisis de niveles hormonales, las modificaciones de la dieta y el ejercicio y el asesoramiento. Jeanne está más dispuesta a ayudar a su hijo a silenciar el “ruido de la comida” que ha definido su vida. Ambos están nerviosos por introducir estos medicamentos en su hijo adolescente. Y esto inevitablemente aumentó las apuestas sobre todo en su matrimonio: la acumulación de sobras en el frigorífico, el hecho de que la madre de Jeanne viva con ellos. Todo se convirtió en un conflicto potencial. Las discusiones, dijo Javier, “pasan de 0 a 60”.

Anteriormente, Jeanne y Javier me habían dicho que estaban trabajando en su matrimonio, y que la desconexión sexual era su prioridad y su foco. En la cena pronunciaron la palabra “divorcio”. Resultó que el tema ya había surgido antes. Después de una de sus peleas, Jeanne, mientras subía las escaleras desde el sótano, gritó: “Ah, y por cierto, para que lo sepas, mi terapeuta me sugirió que hablara con un abogado especializado en divorcios para saber cuáles son mis opciones”, recordó Javier. “Solo para echar más leña al fuego”.

Cuando les pedí que evaluaran la salud de su matrimonio, Javier sostuvo que estaban interesados ​​en ser una pareja, criar a su hijo juntos, tener un futuro. Se los imaginó dentro de cinco años, pensando en mudarse a una casa más pequeña después de que su hijo se fuera a la universidad. Jeanne me dijo que soñaba con viajar más, tal vez ir en bicicleta con Javier, tal vez escalar Machu Picchu. “No quiero seguir enojada hasta el punto de dañar nuestra relación”, reveló.

“Y no quiero ser el saco de boxeo”, añadió Javier.

Siguió una pausa muy larga. Jeanne se había apartado un poco de su marido. Estábamos esperando a que el camarero se llevara lo que había sobrado. “He decidido no hacer ruido”, dijo finalmente.

Por Lisa Miller.

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