Pequeña oda a Rocky Stallone

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El otro día me puse a mirar Rocky. Estaba haciendo zapping, la encontré y la dejé porque siempre lo hago. Si la encuentro, la miro. De tarde o en el fin de semana o justo antes de quedarme dormida, sea la vez que sea. La primera, la que se enfrenta a Mr. T, la del dramón de la muerte de Apollo y la guerra con Rusia. Yo las películas de Rocky las miro y las miro tanto que a veces pienso que tendrían que estar en los colegios. Eso. Rocky como parte del plan de estudios de las escuelas secundarias. Matemática, geografía, física y Rocky.

La historia es conocida. Todos saben de Rocky incluso aunque nunca hayan visto ninguna de principio a fin porque Rocky casi que es un término del diccionario también. Es la historia de un boxeador, es una historia de vida, es una historia de amor, es una historia de superación, es la historia del hombre que quiere, busca, trabaja, se esfuerza y consigue. Cómo no imaginarla de contenido obligatorio.

La historia es conocida y además cuenta la otra: Rocky en un nivel es Rocky y en el otro te dice lo que le pasa a Sylvester Stallone (que la escribió, la protagonizó) y entonces los planos se cruzan porque en las películas está su perro (lo vendió para conseguir plata para filmar y lo volvió a comprar cuando ganó plata), está su hijo (lo hizo actuar aunque era más grande de lo que debía ser), está el carácter de su padre, está metido incluso el cine en que él trabajó como acomodador. ¿Quién es quién?

Sylvester Stallone actuó junto a su hijo en Rocky V

Rocky y Sylvester se hicieron a la par. Se entremezclaron y se fueron armando y así se empezaron a reflejar y a verse tal cual esos tubitos que por dentro están llenos de espejos y que hay que mirar con un solo ojo y girar y girar para que en la imagen lo que se vea fuera un gran todo de colores completamente infinito. Como en un caleidoscopio.

Si uno para, el otro para, por eso ninguno para. Rocky después de perder con Apollo, de casarse con Adriana, de hacer publicidades, de tener un hijo, de ganarle a Apollo, de perder con Clubber Lang, de pedir la revancha y vencer, de llorar la muerte de Mickey, su primer entrenador, la de su segundo, se fue a Rusia a prepararse en la nieve para una pelea y ganó, pero regresó y perdió lo que tenía. Sylvester después de Rocky (1976), grabó Rocky II (1979), Rocky III (1982), Rocky IV (1985), Rocky V (1990), Rocky Balboa (2006) y 60 films más. Ahora dice que quiere armar la precuela, contar su adolescencia, de la que conocemos poco. Sí sabemos lo que dijo él de él. Que nació en Hell’s Kitchen, Nueva York, que el padre era duro con él, la madre era dura con él, que lo dejaron solo, que lo echaron de cualquier lado, que no le dieron oportunidades, que se las tuvo que inventar.

Sylvester admitió una vez que es Rocky, no es Rambo, no es Cobretti, no es otro, es Rocky. En el documental Sly (que se estrenó en 2023 y en el que muestra cómo desarma su casa para mudarse y seguir moviéndose) recuerda que cuando estaba por arrancar a grabar la primera escena de la primera película dijo ante una pregunta que Sylvester no estaba listo pero que Rocky sí. Qué lindo debe haber sido. Cómo no confundirse. Quién no quisiera interpretar el mejor momento de Rocky, de todas las Rocky, y sentirse Rocky cuando el boxeador sale a correr con la ropa gris gastada en medio del frío, que de no ser por las ganas sería demoledor, y corre y sube la escalera y salta con los brazos en alto a la par de esa canción con la que entrena (ese arranque instrumental, qué belleza, me dan ganas de hacer abdominales) que también es sinónimo de Rocky y es Sylvester.

Todo eso es Rocky Stallone, la esperanza en cada golpe que hace sangrar porque eso es vivir, un palo, otro palo, el ojo destruido, Mick cortame el párpado que ya no veo nada y me tengo que levantar, de nuevo, para seguir golpeando. ¿No?

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