“Acá estoy, esperando el huracán”. El comentario irónico de un avezado editor norteamericano no se refería a las ráfagas de viento y frío que azotan su país, sino a la percepción compartida de que a partir de mañana el mundo ingresará en una nueva fase, mucho más turbulenta, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Todo el establishment local asume que no se tratará de una mera continuación de su primer mandato, sino de una versión mucho más auténtica y radicalizada, forjada en sus años fuera del poder y a partir de un mandato popular muy nítido. Estados Unidos se prepara para un vendaval.
Hay al menos cuatro factores que abonan esta impresión generalizada. En primer lugar, esta vez Trump asumirá con una cuota de poder de la que no gozó en el período 2017-2021, no sólo porque tendrá mayoría en ambas cámaras legislativas, sino porque su nivel de dependencia del Partido Republicano es infinitamente menor. Llega sin deberle nada a nadie y sin perspectivas de reelección, lo cual lo dispone a jugar plenos en cada apuesta. En su entorno lo ven desesperado por salir a la cancha y demostrar lo voraz que puede ser.
Como consecuencia, el segundo aspecto importante es que en su nuevo mandato estará rodeado de leales, no de técnicos. Se encargó de reclutar a quienes podría disciplinar para ejercer una presidencia unipersonal sin resistencias. En las biografías de su primer mandato se relatan varios episodios de medidas que quiso tomar y su entorno le desaconsejó, como por ejemplo salir del acuerdo de libre comercio con México y Canadá.
El tercer factor reside en que el mundo que lo recibe ahora es mucho más complejo que el de hace ocho años, con múltiples conflictos de calado profundo (Ucrania, Gaza, Siria) y donde los liderazgos que se fortalecen son los más autoritarios (Xi Jinping, Vladimir Putin, Recip Erdogan), mientras se debilitan los consensualistas (Emmanuel Macron, Olaf Scholz). Ya no hay una Angela Merkel para equilibrar, y los multilateralistas sufren una devaluación interminable. Es una época para líderes carnívoros. La propuesta de resolución de conflictos del nuevo presidente se basa en embestir sin medir costos. Lo intuyó Benjamin Netanyahu, quien tras meses de dilaciones cerró un acuerdo de intercambio de rehenes con Hamas.
Y el cuarto aspecto es la claridad del mandato que recibe Trump y la velocidad a la que se dispone a actuar. Sus dos obsesiones son la guerra comercial, porque entiende que Estados Unidos es demasiado permisivo con su déficit de balanza, y la cuestión migratoria, muy vinculada a los controles limítrofes y el narcotráfico, en particular por el exponencial crecimiento del negocio de fentanilo. T
odos esperan que en la primera semana concrete una importante suba de los aranceles externos, que afectarán especialmente a China, pero que además mantenga un ritmo elevado de inflación, que fuerce a frenar la baja de tasas, que fortalezca al dólar y que retraiga los flujos financieros de los mercados emergentes. Un riesgo para la Argentina. Al mismo tiempo aguardan que adopte duras medidas de control fronterizo y posibles deportaciones, lo cual derivará en fuertes tensiones con México. “Va a buscar sacudir el árbol desde el primer minuto, no tan gradualmente como en su gestión anterior”, ilustra un operador del mercado que lo conoce de cerca.
Hay dos interpretaciones del modelo de acción de Trump. Algunos, como Javier Milei, piensan que en realidad se trata de una estrategia de negociación: golpear para sentarse a dialogar desde una posición de fuerza. Como dice un exfuncionario del FMI, “Trump se puede definir en una sola palabra: ´Deal´ (trato). Para él todo es un ´deal´, una negociación”.
Sin embargo, hay otros analistas que invitan a ser más cautos y a no medir al Trump 2.0 con la vara del pasado. Son quienes piensan que esta vez está mucho más dispuesto a llevar adelante sus convicciones, lo que provocaría fuertes tensiones con México, especialmente, y con altas probabilidades con China. Sin duda, la política arancelaria es la principal diferencia entre Trump y Milei.
La doctrina Monroe revisited
En la conformación del nuevo equipo de Trump hay un dato inédito en la historia de Estados Unidos, que es la fuerte presencia de funcionarios de origen latino o de Florida en el manejo de la política exterior. El Departamento de Estado estará a cargo del exsenador Marco Rubio, el primer secretario de origen cubano, que será secundado por Christopher Landau, quien estudió en Paraguay y fue embajador en México en el primer mandato de Trump. A ellos se sumará Mike Waltz como asesor de Seguridad Nacional, un exmilitar que también viene de Florida, y el enviado especial para la región será Mauricio Claver-Carone, otro descendiente cubano de amplio recorrido en América latina.
Por esta razón, el editor de America Quarterly Brian Winter escribió recientemente en Foreign Affairs que el segundo mandato de Trump “parece destinado a focalizar mayor atención en América latina que cualquier otra administración norteamericana en quizás 30 años”, aunque seguramente no será una prioridad. El dilema reside en saber si esa atención estará anclada en la agenda negativa de la inmigración, el narcotráfico y el enfrentamiento con los regímenes autocráticos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, o si Washington podrá articular una estrategia más propositiva. Por ejemplo, para no sólo manifestar disgusto por la influencia china en la región, sino también ofrecer alternativas.
En un artículo de esta semana del Wall Street Journal, los periodistas Michael Gordon y Viviana Salama analizaban un debate instalado en los círculos del poder de Washington respecto de cuál será el rol verdadero de Rubio, a partir de la decisión de Trump de nombrar una gran cantidad de “enviados especiales” para tratar los temas más calientes de la agenda exterior. Esto quedó en evidencia hace unos días, cuando el representante para Medio Oriente, Steve Witkoff, fue el responsable de negociar desde Qatar el intercambio de rehenes entre Israel y Hamas. Una tarea similar tendrán Keith Kellog sobre la guerra en Ucrania, Richard Grenell sobre Venezuela y Corea del Norte, y Massad Boulos para el mundo árabe. Son hombres de absoluta confianza de Trump, que le reportarán directamente a él y que reforzarán la idea de una política exterior bien personalista.
Dentro de este team está incluido el inefable Claver Carone, un funcionario que tiene el dudoso mérito de haber logrado que casi todos los que lo conocen en forma personal hablen mal de él. Quien está destinado a ser el hombre de trato más frecuente con América latina tiene una historia muy negativa con la Argentina. No sólo fue muy crítico con los gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández, sino que también cuestionó la gestión de Milei. Además, arrastra un motivo de encono profundo con Guillermo Francos, a quien siempre responsabilizó de ser quien promovió -cuando representaba a la Argentina ante el Banco Interamericano de Desarrollo-, la denuncia que lo forzó a dejar la presidencia del BID por haberse puesto en pareja con su jefa de gabinete y haberla beneficiado con un fuerte aumento de sueldo. ¿Pesará más el rencor o la identificación con las ideas libertarias en el accionar de Claver Carone?
Por fuera de toda esta estructura se moverá Elon Musk, quien si bien será nombrado en el Departamento de Eficiencia del Gobierno (DOGE, por sus siglas en inglés) ya demostró que se moverá como un líbero en las relaciones internacionales, destinado a colisionar con la línea oficial del Departamento de Estado. Ya generó ruidos con Brasil, Gran Bretaña, Italia, entre otros países. Con Milei, en cambio, mantiene una relación privilegiada. Volverán a verse por cuarta vez este fin de semana en Washington.
Mi amigo Donald
Sin embargo, desde la mirada de la Casa Rosada y de la cancillería argentina, la apuesta principal es a que la relación bilateral se fortalezca a partir del vínculo personal que entablaron Milei y Trump. La invitación a acompañarlo en Mar-a-Lago en noviembre fue un gesto que incluso en el círculo rojo norteamericano fue visto como preferencial. Allí hubo un cocktail y discursos públicos, pero también una secreta charla privada entre ambos, de alrededor de una hora.
En la comitiva presidencial se ilusionaban con que podría haber algún gesto similar entre los pasillos de los eventos de asunción. “Ahí vamos a tener una primera impresión de cómo está Trump y qué se puede llegar a conversar”, evaluaban en el entorno presidencial. Más allá de la tendencia a sobredimensionar que tiene Milei, en este caso su narrativa parece encontrar reciprocidad en la cúpula del líder republicano. Rubio lo elogió ampliamente esta semana y desde el entorno de republicano le hicieron saber que lo esperaban con la alfombra roja.
Milei está convencido de que su nuevo amigo lo favorecerá cuando llegue al poder con acciones concretas. Supone conocer su modo de razonar y no oculta el atractivo que le generan las disrupciones del magnate naranja. Comparten el vértigo de sentirse outsiders que tienen en jaque al establishment, el uso intensivo y agresivo en las redes, y el rechazo por todo lo que se asemeje al progresismo.
El Presidente interpreta que mantiene una especie de amistad con Trump, sospechoso para un líder tan hosco como el empresario. Se sorprendió cuando algunos burócratas y técnicos de los círculos del poder norteamericano se le acercaron en su último viaje para pedirle que le transmitiera algún mensaje al jefe de la Casa Blanca. De todos modos, hay otros actores que le sugieren a Milei más cautela. “Los hombres de poder tienen intereses, no amistades”, reflexiona un viejo diplomático que recuerda cómo el mismo Trump no dudó en sostener el arancel al acero argentino pese al reclamo de su amigo de andanzas juvenil, Macri.
En el fondo reside el interrogante más importante para la política exterior de Milei, un presidente que desde el principio dijo que estaría alineado con Estados Unidos e Israel. Si logra una correspondencia efectiva desde el Salón Oval, sus prioridades tendrán consistencia y proyección; pero si por el contrario la nueva administración rehúye de los compromisos efectivos, se transformará en una premisa vacía. En los asuntos internacionales, las relaciones requieren de una reciprocidad para poder evolucionar.
Por ejemplo, el Gobierno espera que tras asumir, la nueva administración haga un gesto de bienvenida a la idea de firmar un acuerdo de libre comercio con la Argentina. Milei está empeñado en avanzar con ese proyecto, aún a costa de las restricciones que le impone un Mercosur al que le tiene poca consideración y del que no dudaría en apartarse si le fijan demasiadas trabas. Los técnicos advierten que llevaría varios años de tratativas; en la Cancillería creen que puede ser un trámite más ágil.
De todos modos el primer test efectivo de la nueva relación se dará a través del FMI. En la Casa Rosada siempre dejaron trascender que la administración de Joe Biden nunca fue muy cooperativa con la Argentina en el board y que ahora esperan un fuerte viraje. La experiencia con Macri los ilusiona, aunque desde entonces el staff del Fondo quedó traumatizado con el país.
También en este caso juega el feeling personal con Kristalina Georgieva, con quien Milei volverá a reunirse hoy. El Presidente entabló una relación especial con la búlgara, no sólo por sus charlas sobre teoría económica, en las que encuentran un interés intelectual compartido (ella le llegó a sugerir la lectura del ensayo Las posibilidades económicas de nuestros nietos, escrito por John Maynard Keynes, a sabiendas del rechazo que siente Milei por el británico).
Pero hay una razón menos intelectual. Ambos tenían cuentas pendientes con los actores internos del organismo. Para la titular del FMI era una revancha contra quienes casi la fuerzan a renunciar en 2021 por una denuncia de supuestas presiones para favorecer a China en un informe. Entre sus objetivos estaba su segunda, Gita Gopinath, sobre quien tenía algunas sospechas. En el caso de Milei, sus dardos apuntaban especialmente contra Rodrigo Valdez, a quien logró desplazar de la negociación. “Kristalina entiende todo, comprende las lógicas políticas, contra todo el staff que le erró con la Argentina. Javier le sirve para que ella corte cabezas adentro”, comentaron en Olivos antes de que se conociera el informe del Fondo sobre el último programa con la Argentina, que incluye duras autocríticas.
El nuevo acuerdo está muy avanzado y hay expectativas de anuncio en las próximas semanas. En la reunión de hoy buscarán afinar el lápiz en torno de la relación deuda-crecimiento económico, para ver los montos a desembolsar, los plazos de devolución y las condicionalidades. En el Gobierno buscan dar un golpe de efecto con el acuerdo, porque esperan anunciar un préstamo del Fondo (el mínimo para salir del cepo serían US$11.000 millones), más aportes que haría el Banco Mundial y una suma adicional de bancos privados. El asunto principal es ver cómo se avanza en la cuestión cambiaria a partir del entendimiento. Así como históricamente el problema era el cumplimiento fiscal, ahora es el tema cambiario. El Gobierno no piensa ceder en su ritmo de devaluación, porque no quiere arriesgar su objetivo de bajar la inflación, pero el FMI reclama flexibilidad y podría proponer una banda de flotación del dólar. En el mercado financiero sospechan que Luis Caputo no estaría en desacuerdo con el organismo en este tema, pero que Milei no está tan convencido.