Diego Schwartzman, listo para el retiro: cómo maduró el adiós, su legado y qué es lo que más extrañará

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El Argentina Open 2025 que está por comenzar marcará, al mismo tiempo, el retiro de Diego Schwartzman del tenis profesional. Cerrará esta semana su carrera en el court central del Buenos Aires, un lugar emblemático para el tenis argentino y también para el Peque, que jugó 15 veces el torneo de Buenos Aires, con un título (2021) y dos finales (2019 y 2022) en las vitrinas. Con 32 años, Schwartzman entiende que llega el momento de colgar la raqueta. Quedará atrás una carrera que lo llevó al número 8 del mundo, a ganar cuatro títulos y disputar otras diez finales. Se retira en sus propios términos, con la certeza de que lo ha dado todo. Hace unos días, en el Challenger de Rosario, hubo un pequeño anticipo de lo que podría vivir en la noche del martes, cuando se enfrente con el chileno Nicolás Jarry.

“Jugar en Rosario sirvió para sacarme un poco de nervio, siempre es positivo. Igual, el martes va a ser otra historia acá y hay que ver cómo puedo competir. Creo que el resultado está lejos de ser lo que más me importa. Quiero jugar bien, por supuesto, porque va a haber gente, quiero dar un buen espectáculo y también disfrutarlo con buenos tiros, con buenos puntos. Ese es el gran objetivo. Después, si toca ganar o perder, es simplemente una anécdota”, cuenta Schwartzman.

Diego Schwartzman, campeón en Buenos Aires 2021: fue el cuarto título en la carrera del Peque

A su modo, el Peque deja un legado importante. “Creo que lo que la gente termina recordando, es que alguien con menos tiros, entre comillas, con menos habilidades naturalmente hablando, pudo tener una gran carrera. La gente que disfrutó durante ese tiempo lo que yo hacía en la cancha también un poco se pregunta lo mismo. A veces vienen y me preguntan cómo eran mis rutinas, y la verdad que había una ciencia, que nunca es exacta, que era intentar hacer lo mejor posible, y dejar muchas cosas de lado y tratar de sacarle jugo a cada detalle. Eso es lo que me gustaría que recordaran”.

“Siempre hay que hacerlo bien. En el deporte, como en cualquier otro ámbito, para hacer las cosas no se trata sólo de esfuerzo. Muchas veces tenemos que hacer un esfuerzo y bueno, vas a llegar, hay que hacerlo bien, pero si a eso le sumás un montón de otras aptitudes, podés hacerlo un poco mejor. Creo que eso es un poco lo que yo intenté y algo que también lo tomo como un estilo de vida”, amplió el concepto.

Diego Schwartzman y uno de sus últimos festejos, cuando pasó la qualy del US Open del año pasado, su último torneo de Grand Slam

La decisión del adiós llegó a mediados del año pasado, después de una serie de malos resultados. Schwartzman recordó cómo comenzó a caminar hacia la puerta de salida. “Fue siendo un proceso. Obviamente con la que más hablaba cuando volvía, y que ya no lo quería hacer más era con Euge [De Martino, su novoa), con la que compartía la habitación de hotel, mi casa, en todos lados… Entonces ya no quería hacerlo más, pero creo que es muy adentro de las entrañas lo que uno siente. Siempre el que lo ve desde afuera, por más cercano que sea, te dice: bueno, frena un poco, miralo, tené otra mirada, buscá otras herramientas. Y es como que vas intentando salir de ahí. Luego, cuando lo hablás con tu familia, todos te incitan a seguir, porque lo ven de esa manera. Pero al final de 2022 yo tuve una última mala racha en los torneos indoor, y ya estaba empezando a tener esos nervios…”, admitió.

Schwartzman finaliza su carrera con 250 triunfos a nivel ATP, cuatro títulos y otras diez finales

Y prosiguió sobre esas sensaciones que se profundizaron: “Mirá, la verdad es que en los días previos antes de los torneos estoy como si nada, lo mismo en Rosario, lo mismo acá. No me doy cuenta de que el martes puede llegar a ser mi último partido. Pero es como que 20 minutos antes del partido te empieza a subir la adrenalina, y esa adrenalina, a partir de ese año me hacía mal, no me gustaba para nada, y todos los años que yo tenía control y era una adrenalina que pasaba a ser buenísima, en la que sentís: quiero entrar y voy a quebrar en el primer game, a tener mucha ansiedad y no saber cómo vas a hacer, y cómo vas a responder y empezás a transpirar, a perder el control del cuerpo. Y eso ya no me gustaba. Después lo trasladé al rendimiento: arrancaba mal los partidos, jugaba mal, no estaba bien, no tenía ganas de entrenarme al otro día. Todo eso fue un periodo de varios meses, de un año en el que lo fui procesando, y me fui dando cuenta que ya no quería más”. Luego, mantuvo un diálogo mano a mano con LA NACION.

Diego Schwartzman, durante la entrevista con LA NACION

-¿Te permitiste mirar un poco hacia atrás y pensar en aquellos momentos de los malabares económicos de tus viejos, de aquel médico que quiso poner alguna limitación, de esos momentos no tan sencillos?

-No me pongo tanto a analizar cómo fueron las formas. Creo que por ese lado mi cabeza se supo abstraer y eso fue algo positivo, porque el no tenerlo tan presente y no pensarlo todo el tiempo me hacía estar enfocado en otras cosas. Sí miro para atrás en el rendimiento, sobre todo por el último año y medio que yo competí, que tuve una buena gira por Asia en el final de 2023, pero después me costó mucho ganar partidos a nivel ATP y me preguntaba por dentro, ahora en estos últimos meses, cómo hice para ganar tanto tiempo y muchos partidos, y sintiéndome muy bien dentro de la cancha. Eso es lo que más me pregunto. Y también, nunca dejás de preguntarte por qué le llegás a la gente. Porque, por más de que haya una matemática de que, cuanto uno más se pone mejor en un deporte que lo ve todo el mundo, más llegás a la gente… Pero igual no deja de ser raro, que te conozca la gente y lo que fui logrando. Quizás recién empiezo a tomar dimensión de todo lo que tengo a nivel material, a nivel deportivo, personal y con la gente. Recién ahora voy cayendo en la cuenta y es lo que más me sorprende.

Diego Schwartzman y la gente; aquí, con los pequeños fanáticos en el Challenger de Rosario

-Hay un montón de logros, de triunfo, de finales, de los títulos que lograste, pero siempre se dice que hay partidos que quizás valen más, ¿no? Y vos lograste algo que realmente pocos consiguen, que fue el lujo de ganarle a Rafa Nadal sobre polvo de ladrillo, en Roma. ¿Cómo viviste aquel partido?

-No me lo olvido más. Ése fue el tercer partido de Rafa ahí, en Roma. Le había ganado a Carreño Busta, 6-1 y 6-1. Le había ganado a otro también, muy fácil (a Dusan Lajovic, 6-1 y 6-3). Y yo dije, la puta madre. Porque yo había arrancado muy mal después de la pandemia. Había perdido tres primeras rondas seguidas, o por ahí, Kitzbühel, el US Open, Cincinnati. No estaba jugando nada bien. Y llegué ahí, en octavos casi pierdo con (Hubert) Hurkacz, y pensé: Rafa me va a cagar a palos. De lo único que estaba contento era que jugaba de noche, pero a diferencia de otros partidos de años anteriores que había jugado contra él en Roland Garros, sentía que podía estar más cerca. Después, cuando arrancó el partido, las condiciones se empezaron a dar, yo vi que él no estaba tan fino, que era su primer torneo en pandemia, que recién volvía a jugar, y se dio todo. Hoy miro los highlights de ese partido y era todo perfectamente preciso: las defensas, los ataques, dónde yo estaba parado en cancha, las decisiones que tomaba. Y esos partidos se dan, es la única manera de poder ganarle a jugadores como Rafa. Mil veces jugué a mi 100 por ciento y no me alcanzaba, pero ahí se dio todo. Algunos errores de él, perfección de mi lado, eso fue todo. Sacando ese partido, una de las cosas más importantes para mí fue ganar acá. Uno no toma dimensión de lo que es ganar acá y yo tengo una foto de LA NACION, en la que estoy entrenándome en la canchita de atrás, con la gente en el fondo, en la que decía: Diego es el favorito. Esas cosas me sorprenden más hoy quizás que ese partido, me quedo más con esos otros momentos que tuve en torneos que con ese partido puntual, que quizás para la gente sí representó como un boom.

-¿Qué viene el día después de ser jugador?

-En la radio ya arranqué desde el año pasado, con los chicos de Urbana. Eso va a ser algo que seguiré sumando la experiencia y veré si me sigue divirtiendo. Creo que está bueno que los primeros años, cuando uno deja la cancha, tenga una rutina marcada en los horarios en los que se entrenaba para estar activo, tener contacto con otras personas y no despertarte de un día para el otro a la mañana y no saber qué hacer. Por ese lado la paso bien y me va a sumar. Después, hay posibilidades… Quizás a partir de Indian Wells tenga un trabajo en Player Relations con una federación muy grande. Tengo muchos proyectos personales, con empresas que están en el deporte haciendo torneos y van surgiendo cosas. Me gustaría ser un freelancer del deporte e ir viendo dónde puede haber una oportunidad, para ayudar a los más chicos y estar ahí presente.

-Hubo un momento de tu carrera en el que buscaste salir de la zona de confort y armaste un equipo de elite con Martiniano Orazi y Juan Ignacio Chela. ¿Fue la mejor decisión?

-Sí. Yo todavía no tenía un ranking tan bueno. Lo que yo siempre quise, incluso siendo chiquito, era ir al mejor colegio, a la mejor universidad. En su momento, Marti (Orazi) con el Blengi (Fabián Blengino) tenían la mejor preparación física y la mejor academia. Ese era el momento del boom de las academias, había muy buenos jugadores en todos lados y yo quería lo mejor. De chiquito me gustaba competir y me veía compitiendo con los mejores, por más que yo fuera el peor. No me amedrentaba; me divertía. Iba a hacer físico, y si yo hacía 20 abdominales y el otro 18, yo ya sentía que había ganado el día. Siempre me gustó medirme contra los mejores y de esa manera fui creciendo. Después se dio la oportunidad en 2016, cuando yo llevaba un período de muchos años con Piper (Sebastián Prieto) de tener que buscar otros entrenadores, me ayudó Leo (Olguín) y se dio la oportunidad de arrancar con Juan (Chela), que hacía poquito había terminado su carrera como jugador y no había hecho nada. Fue una gran decisión, fue una apuesta. No diría que invertí, porque no sabía cómo iba a funcionar. Chelita no era un entrenador que llevaba diez años en el circuito y tenía éxito con todos los jugadores. Era un ‘bueno, a ver qué pasa’, y salió muy bien.

Schwartzman, en Nueva York, con su novia Eugenia y dos de las piezas más importantes que tuvo en el equipo: Chela como coach y Orazi como PF

-Encontraste un equilibrio descontracturado con Chela.

-Sí, ayer lo hablaba con (Mariano) Navone. Es importante. Cada jugador es un mundo, cada carrera es distinta y los jugadores se sienten cómodos con distintas cosas, pero en ese sentido sí me sentía muy cómodo con lo que hacía Juan y cómo me hacía sentir, me sacaba el cien por cien a cada rato.

-¿El lugar más exótico en el que jugaste cuál fue?

-Uf. Hay torneos que son en lugares distintos, como Los Cabos, Bastad. En Asia se juega en lugares en los que decís: ‘Uy, impresionante’. En Challengers también hay muchos lugares. Vas al interior de los países y te hacés grande, crecés. Los jugás a los 30 años y a los 17. Claro, cuando lo hacés a los 17 uno se encuentra de la nada en una ciudad de Polonia en la que, si no cenaste a las 7 de la tarde, chau, y tenés que empezar a resolver por tu cuenta.

-¿Qué es lo que más vas a extrañar de esta etapa?

-Quizás lo que hoy no me gusta tanto: la adrenalina antes de entrar a jugar. La rutina del día a día. Es hermoso volver de ganar un partido, estar en la ducha pensando, al día siguiente saber que tenés que volver, hacer la entrada en calor en la bici, en la colchoneta y arrancar el partido con un quiebre arriba. Es una sensación espectacular. Estos meses, viendo los torneos en casa, fue raro; no quería estar jugando, no extrañaba, pero sí me faltaba la rutina de la ciudad, de despertarme, ir al desayuno, al hotel, el cafecito al que iba… Estoy muy poco acostumbrado a estar en casa.

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