Anora: humor, acidez y vorágine para un film que le brinda un nuevo soplo de vida a la comedia romántica

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Anora (Estados Unidos/2024). Guion y dirección: Sean Baker. Fotografía: Drew Daniels. Edición: Sean Baker. Elenco: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yura Borisov, Luna Sofia Miranda, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan, Lindsey Normington, Aleksey Serebryakov, Darya Ekamasova. Calificación: No disponible. Distribuidora: UIP – Universal. Duración: 139 minutos. Nuestra opinión: excelente.

Cuando se estrenó La boda de mi mejor amigo, ya en el anticipado crepúsculo de la comedia romántica que llegaría hacia finales de los 90, la nota recurrente en la crítica era el cambio de punto de vista que ofrecía la película del australiano P. J. Hogan. El relato contado por el personaje que -se supone, por las coordenadas del género- era ‘el tercero en discordia’, el destinado a perder en la batalla por el amor. La ‘tercer(a)’, en este caso, era nada más ni nada menos que Julia Roberts, una de las estrellas de la llamada ‘rom-com’, con Mujer bonita a la cabeza, y era también la que al final veía como los novios -Dermot Mulroney y una radiante Cameron Diaz- se iban del altar rumbo a la felicidad prometida. Mientras tanto ella bailaba con el exquisito -y muy gay- Rupert Everett y nos recordaba, con ese gesto de derrota que resignificaba el género, que a veces quien pierde en la ficción es quien perdura en la Historia.

Anora también se asoma a la comedia romántica para darle un nuevo soplo de vida, o por lo menos ofrecerle una estrategia de reformulación a un imaginario que ha naufragado con los años, no ha encontrado nuevas estrellas, ni directores atentos, ni siquiera una vuelta de tuerca para las historias. Y quien lo hace es un cineasta del indie más extremo como Sean Baker, un habitante de esos márgenes del mainstream muy estrechos, un director de grandes hazañas con pequeños personajes, un narrador de las aventuras del white trash. Pero también el último ganador de la Palma de Oro en Cannes con esta vindicación de la historia de Cenicienta contada en el mundo contemporáneo, con un romance interclasista, un escenario urbano e invernal, y una deriva de la comedia más hilarante que el cine nos haya traído en estos últimos tiempos.

Anora

Ani (Mickey Madison) no quiere que le digan ‘Anora’, su nombre completo, aquel que le recuerda sus raíces inmigrantes. Su reinvención se concreta cada noche con las uñas largas y los vestidos elastizados, en los bailes privados con los clientes, en las disputas cachondas con otras bailarinas, y en las noches de luces y copas de Manhattan. Pero un día ocurre lo inesperado: el joven Vanya (Mark Eydelshteyn), hijo de un multimillonario ruso, paga por una copa y un baile a alguien que entienda su lengua materna y le ofrece a Ani convertirse en su escort privada, una suerte de compañía divertida para esas fiestas que demoran la mayoría de edad que deberá asumir en Moscú. Ani se suma a esa montaña rusa, sin saber bien quién es Vanya y el verdadero trasfondo del palacio de Brighton Beach que la tendrá como su reina temporaria. Y así el sueño de Cenicienta se hace realidad: un tapado de marta, un anillo de brillantes, un casamiento en Las Vegas. ¿Pero qué pasará cuando den las 12 y la carroza se convierta en calabaza?

Anora

Acostumbrado a los relatos urgentes y episódicos, a un realismo social sin prejuicios ni admoniciones, Baker esta vez experimenta con los contornos de un género trajinado como la comedia, y con las diversas tradiciones que han nutrido al cine de su país. La primera parte de Anora recuerda a la impronta clásica de la comedia romántica, con sus secuencias de montaje que presentan a los personajes, entretejen el enamoramiento, e instalan el conflicto como amenaza a la felicidad prometida. La segunda parte combina la vorágine de la road movie con el impacto de la comedia física, revelando al director como un inteligente observador de la materia social de un humor que no envejece, un poco al estilo de su admirado Mike Leigh, pero también deudor del genio visual de Chaplin, de la ácida herencia fellineana de Los inútiles, todos elementos que se combinan en el grupo de rusos (con notables actuaciones de un habitué como Karren Karagulian y un hallazgo como Yura Borisov) que conduce a Anora a través del frío paseo marítimo de Coney Island.

Anora

Pero Baker también reflexiona sobre la misma manufactura del cuento de hadas, aquella que Anora alimenta con sus sueños e ilusiones, y que se estrella contra la cruel empalizada del día después de las campanadas. A diferencia del gesto de P.J. Hogan en La boda de mi mejor amigo, donde las piezas que formaban la comedia romántica variaban su organización pero no su integridad, en el final de su película Baker desarma los resortes que sostienen al artificio. Y en ese viaje del que todos quieren ser parte, crédulos y desengañados, es el propio Sean Baker el que pone en juego el ordenamiento del mundo, expone sus costuras, sus crueles estamentos, su irremediable injusticia. Pero también aquella luz inesperada, aquel camino que no habíamos divisado, esa puerta que parecía imposible de abrir. Baker nos regala un cine acogedor, de personajes contradictorios y humanos, pero también vivos y entrañables, capaces de encontrar un momento perfecto entre las lágrimas de la desilusión.

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