En el libro Preciosas mayúsculas (HD), Julián Gorodischer recorre distintas décadas del siglo XX para extraer, en cada una de ellas, pequeñas joyas publicadas en la prensa gráfica argentina. Aquí reproducimos un fragmento del libro: algunos artículos que la periodista especializada en moda Felisa Pinto publicó, durante los años 70, en el diario La opinión. Además del encanto de la escritura, nos permite acceder a un mundo fashion cuyos parámetros -por caso, el uso de pieles- se modificaron profundamente.
La hora del té, en Buenos Aires, es curiosamente respetada por mucha más gente que en otros países, donde tal exquisitez ha dejado de existir para siempre. Se entiende que el five o’clock tea, o el tea time de los ingleses, es todavía sagrado, aunque dicho ritual se desarrolle a manera de pausa en el trabajo, y no como divertimento.
La hora del té se cultiva aún en las confiterías porteñas como una manía que ninguna crisis, por aguda que sea, ha conseguido erradicar. Probablemente, la comprobación diaria de esa realidad es lo que llevó a Federico Grelle, gerente general del restaurante Swissair, a instaurar en la sede de Santa Fe 846, primer piso, la celebración de un té adornado con una discreta y tranquila muestra de modas, a cargo de diferentes etiquetas de la especialidad internacional y local.
Durante tres meses a partir de ahora, las que asistan al té de los viernes de Swissair, podrán apreciar, muy de cerca, una petite collection de Pierre Cardin que dos “mannequins” muestran entre las mesas, sin cometer las estridencias de rigor en este tipo de acontecimientos. Ningún spot, ni locutores, ni siquiera pasarela fija, interrumpirá el ritual del té. Sólo una discreta pasada de las “mannequins”, que se detendrán en cada mesa donde les sea pedida una ampliación de detalles de los modelos.
La colección del viernes pasado abarcó el horario de 17.30 a 19 y agrupó unas cuantas prendas pertenecientes al último desfile de alta costura de Pierre Cardin en Buenos Aires, en el pasado mes de mayo. Además, la muestra se abrió con otros números impecables realizados en tricot. La presencia de un vestido que podría llamarse mariposa, con mangas de punto inglés, muy voluminosas, unidas a un fourreau donde se mezclaron colores comprendidos en la paleta de los ocres y marrones con una base de negro, abrió el pequeño desfile. Otras formas igualmente imaginativas y tejidas, donde se advierte como motivo principal el logotipo de la casa, PC, precedieron a las hechuras en otros géneros que se habían visto en la colección de alta costura. De especial interés resultaron los tapados-capa de color blanco, los vestidos de tarde hechos con telas semejantes a las de telar, y los tranquilos tailleurs de falda tubular o recta.
Para el próximo 7 de julio, Swissair piensa repetir ampliado el desfile de Cardin, junto a una cena de gala para invitados especiales. Una orquesta de música barroca seguirá a la sobremesa. En realidad, la iniciativa de Swissair viene a llenar un vacío, que es el té de las porteñas, suprimido desde hace varios años. La posibilidad no sólo de gratificarse con esa infusión, sino también de poder apreciar la calidad y la textura de determinados atuendos, es un hecho importante para las mujeres que se interesan por la moda y por los prodigios de la alta costura.
Lo importante, además, es que en los tés se ha evitado una deliberada escenografía en materia de desfiles de moda, y el paso de una mannequin es tan natural como saborear muffins o scons.
Manteles de alta costura
Treinta años de renovación a la hora de sentarse a la mesa. Cuando el 14 de julio de 1946, Sara Demaría y Tota Montoreano resolvieron desafiar la formalidad de las mesas blancas, vestidas con manteles níveos, lo hicieron inaugurando un local en la calle Charcas al 1100, donde se especializaron en modernizar el “vestuario” de la mesa para comer, ese lugar, donde se pasa tanto tiempo, sin que nadie, o pocos, le den la importancia que se merece. Chips, como se llamó el local, albergó una mantelería francamente inconvencional para la época. El estilo se hizo en base a telas rústicas para el día y sofisticadas organzas bordadas en hilos de oro para las comidas nocturnas más deslumbrantes.
Ahora, que el estilo impuesto por Chips se ha afianzado a través de treinta años de experiencia en su actual local de Juncal al 800, y luego de haber vestido las mesas más elegantes de Buenos Aires (incluyendo la de Mirtha Legrand en sus almuerzos televisivos), se puede decir que no solamente se ha logrado un estilo propio, sino que incluso ha influenciado a sus colegas en la materia. Se podría decir que esta suerte de alta costura en mantelería (toda la producción está bordada o terminada a mano de manera que es imposible descubrir las costuras o añadidos de algunos ejemplares impecables, de organza, de formato redondo, un real alarde de habilidad) ha superado los límites de simple vestido de una mesa. Un estupendo mantel, pleno de colorido y con escenas de cacería de ciervo, fue realizado en Chips para el Pabellón de Caza del Museo del Oro del Perú.
Otro insólito y único ejemplar fue encargado por Amalia Lacroze de Fortabat para su casa de campo. El tema de una boleada de avestruces está desarrollado a lo largo y a lo ancho del mantel blanco con figuras multicolores bordadas a mano.
Los individuales de linón que reproducen cabezas de ganado, con servilletas con la correspondiente marca de las estancias locales (bordadas a mano), es otro de los números más originales de Chips. “Esta temporada se usan los colores profundos en la mesa”, dice Sarita Demaría. “El servicio de mantelería que hace Chips no termina en la mesa ni en la vajilla. Para hacer bien las cosas, asesoramos a nuestras clientas sobre el estilo y el color que deberá tener el mantel o los individuales. Nada queda librado al azar: el color de las paredes, el de las alfombras y el estilo mobiliario del comedor deben incidir en la elección de la mantelería. Es por eso que también tenemos a disposición de nuestras habituées elementos que hacen al decorado de la mesa. Ceniceros, portamacetas de lozas blancas, jarras de cerámica, engamados en los tonos de los manteles e individuales. También vasos, saleros y recipientes para el pan”, enfatiza, entusiasmada, la señora Demaría.
Al parecer los tonos ocres, marrones y azules intensos, más el rojo vibrante, son los elegidos de esta temporada. El violeta oscuro y el negro quedan reservados para vajillas decididamente sofisticadas y especial predilección de las más jóvenes, recién casadas.
Retornan los zorros de color enroscados al cuello
Preconizados por Marlene Dietrich y Lili Damita. Quizá las mujeres que más tiempo se detengan a deleitarse en la vidriera de la peletería Huber Vendôme, en Paraguay al 700, sean nostálgicas, y la sola visión de los zorros de colores inusitados despierte secretas fantasías de emular a alguna estrella del cine de los años 30, cuando Lili Damita y Marlene Dietrich eran las actrices más adictas a abrigarse con los cueros de soberbios animales, en su mayoría plateados o blancos.
La destreza con que, en la década siguiente, Lana Turner manejó los que se enroscaba alrededor de un traje de noche o de un tailleur, tampoco pasaron inadvertidos para las mujeres que se embriagan hoy de nostalgia antes las vidrieras de Huber Vendôme, una peletería con más de 50 años en la responsabilidad de vestir a las elegantes porteñas y muy especialmente a las prime donne que visitan Buenos Aires en cada temporada operística. Juan Fainberg, Max Margullis y Leo Blum son los artífices de tanta sofisticación. Una pared, donde figuran fotos autografiadas de nombres primordiales de la ópera, el cine y la música popular norteamericana y europea, es orgullo de los encargados de la lujosa peletería.
Una de sus últimas clientes, la cantante Jessye Norman, de un talle mayor al 52, salió fascinada con un abrigo de zorros de la Patagonia. Entre las divas de la música y del cine extranjero, los zorros argentinos causan sensación. “Es que se ha adelantado considerablemente en lo que se refiere a curtir los cueros en el país. Los zorros, por de pronto, son estupendos, ya procedan de la Patagonia o del Norte. Los de Magallanes son especialmente soberbios”, considera Juan Fainberg mientras acaricia un tapado de corte actualizado, “para las más jóvenes”, explica.
Dentro de ese corte despojado de que son capaces Blum, Margullis o Fainberg, se encuentran las hechuras ascéticas, como el tapado de piel de guanaco, sin botones, sin bolsillos, con enorme cuello, “que se llevó Michelle Barbieri a Nueva York, y en el primer concierto del Gato, su marido, las más sofisticadas figuras tales como Elsa Peretti, Marina Schiano, Susan Sontag, entre otras, quedaron verdes de envidia”, se acuerda entusiasmado Max Margullis.
El secreto de que los zorros (esta vez el animal entero, susceptible de enroscarse al cuello y los hombros) estén teñidos impecablemente de colores tan insólitos como el rosado, el verde, el azul petróleo, el rojo o el anaranjado se debe a que la combinación con los paños de lana, con que se hacen los tapados y tailleurs de alta costura, así lo exige. Un vestido tubo y un zorro de cualquier color como sola joya es un atuendo que ninguna mujer puede resistir.
Un simple tailleur de lana o franela gris, con el mismo accesorio, es capaz de hacer perder la cabeza. La dosis de fantasías de divismo no está ausente en esos momentos de éxtasis.