Compañera perfecta: una sátira previsible y demasiado literal

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Compañera perfecta (Companion, Estados Unidos/2025). Guion y dirección: Drew Hancock. Fotografía: Eli Born. Edición: Brett W. Bachmann, Josh Ethier. Elenco: Sophie Thatcher, Jack Quaid, Harvey Guillén, Lukas Gage, Megan Suri, Rupert Friend. Calificación: Apta para mayores de 13 años con reservas. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 97 minutos. Nuestra opinión: regular.

Desde que el mundo es mundo, el ser humano quiso desafiar los límites de lo posible. Conseguir con su mente y habilidades aquello que parecía imposible en la naturaleza. Y en tanto lo hacía, primero a través de la creencia o la superstición, luego a través del arte o la ciencia, el miedo llegó para quedarse. ¿Y si la creación se volvía en contra? ¿Y si ese universo, al principio servicial al deseo y la mente humana, convertía a su propio inventor en esclavo? La ciencia ficción gestionó esas ansiedades, tanto en la literatura como en el cine. El doctor Frankenstein, nacido de la pluma de Mary Shelley, buscaba regresar a los muertos a la vida y por ello su mundo racional se vio perseguido por la irracionalidad de una criatura que no sabía por qué había sido creada. El miedo de los creadores convirtió a las criaturas -todavía de ficción- en armas peligrosas y amenazantes.

La sátira escrita y dirigida por Drew Hancock hace el camino inverso. Compañera perfecta comienza con la voz en off de la criatura, una voz femenina que señala la existencia de un extraño velo sobre lo real, una pantomima que revela el origen cuando el simulacro se rasga y sobreviene la verdad: el esqueleto sin la carne ni la piel. Esa voz que nos presenta la historia es la de Iris (Sophie Thatcher), una marioneta para el amor y el sexo, diseñada por una empresa de tecnología en un futuro más cercano de lo que imaginamos. Al principio no lo sabemos, pero todo lo que vemos es parte de esa memoria manufacturada como alimento de su condición de “compañera perfecta”. Amor a su usuario y obediencia a quien la programa con el color de ojos y la inteligencia deseada, como algo más que un robot para el sexo, como una pareja que se calla cuando le piden y se duerme cuando le ordenan.

El novio de Iris es Josh (Jack Quaid), quien la “invita” a un fin de semana en una casa soñada como parte de ese cuento de hadas. Allí aguardan algunos amigos: la engreída Kat (Megan Suri), los tortolitos Eli (Harvey Guillén) y Patrick (Lukas Gage), y el anfitrión Sergey (Rupert Friend), un magnate ruso con mucha plata y pocos modales. Lo que parece ser un sueño de placer y seducción terminará en una pesadilla de sangre y codicia.

Compañera perfecta, un estreno del jueves 30 de enero

El mejor hallazgo de la película está en su tono juguetón y despreocupado que sostiene cuando plantea el conflicto y comienza la acción, condimentado con un guiño a la ciencia ficción que rápidamente deja paso al terror en clave paródica, más cerca de la saga de Scream que de cualquier película de masacre situada en un oscuro bosque. El doble juego de Iris, su intrínseca inocencia y el descubrimiento del placer humano de la venganza, funciona en esa primera parte en tanto la película irradia su mensaje (el peligro de la autonomía de las IA, la frustración como sustrato de la violencia) sin hacerlo literal.

Sin embargo, eso es justamente lo que ocurre hacia la segunda mitad: tras los giros para ocultar las vueltas de tuerca, abandona su gracia y se propone machacar en arquetipos y, debajo de las salpicaduras del gore, convertir lo hasta entonces sugerido en una obviedad. Intentando evocar el estilo desencantado de los hermanos Coen o el cinismo de Perdida de David Fincher, Hancock utiliza su puesta fría e impersonal en sintonía con ese mundo regido por robots e inteligencias artificiales para convertir a la propia mirada de Iris, aún en su impulso de liberación, en prisionera de la misma angurria que denuncia, cuando la pretendida autonomía no le permite salir del simulacro sino aprender a vivir en él.

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