Manuel Callau: del recuerdo de Jorge de Gasoleros al motivo por el que decidió dejar de dar clases

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Manuel Callau estrenó Sueño de dos, junto a Ingrid Pelicori, en la Sala Pablo Picasso del Complejo La Plaza (todos los martes a las 20). Se lo nota satisfecho porque es el resultado de un largo proceso que iniciaron hace algunos años, de la mano de Raúl Serrano, que iba a ser el director. Sin embargo, el destino tenía otros planes: Serrano murió y la obra y las ilusiones quedaron guardadas en un cajón. Pero solamente por un tiempo, hasta que se sumó Daniel Casablanca.

En diálogo con LA NACIÓN un ratito antes de la función, en una tarde calurosa en Buenos Aires, atenuada por una limonada sabrosa, el actor se remonta al origen de su pasión por el teatro, cuando apenas tenía 14 años y lo único que le importaba era jugar al fútbol. Por entonces, el destino también intervino y lo dirigió hacia su verdadera vocación, cuando siguió los pasos de una chica que le gustaba que tomaba clases de teatro en la parroquia del barrio. También recuerda al Jorge que interpretó en Gasoleros, ese falso intelectual que arrancaba risas, y dice que se despidió de las clases de teatro que da desde los años 80 porque “ya es suficiente”. Además, habla de su mujer desde hace 45 años, con quien se casó hace apenas dos y del unipersonal sobre la historia de su familia que planea.

–¿Por qué Sueño de dos?

–Fue un proyecto que nació en una charla con Ingrid Pelicori en la que hablábamos de las necesidades que teníamos, de qué queríamos contar, qué nos pasa hoy con el teatro. Hablábamos del sentido, nos preguntamos para qué sirve un actor en una sociedad como esta que decide qué es lo que genera dinero o poder. Es fácil encontrar lo armónico con los intereses de la sociedad, el problema es encontrar lo armónico con lo que le pasa a uno. Y la respuesta es Sueño de dos. Lo buscamos a Raúl Serrano para seguir charlando de esto, porque fue nuestro maestro: Ingrid y yo nos conocemos de muy jóvenes, cuando estudiábamos teatro con él. Y también con él decidimos que Mariano Saba sea el autor. Pertenecemos a una generación que pretendió establecer un contacto directo con el pueblo, y hoy está todo mediatizado y todo es a través de las redes. Entonces, ¿cómo hacemos para establecer contacto con la gente? ¿Y de qué hablar? Pasamos por la depresión más absoluta y decíamos que la gente no quiere escuchar hablar de nada sino “pum para arriba”, y nosotros no somos “pum para arriba”. Poco a poco empezaron a aparecer los viejos ejemplos de actrices, actores, maestros, teatro independiente, las giras que hacían los grupos teatrales.

–Pero todo se demoraba…

–Se nos murió Raúl y nos paralizó porque era muy importante seguir juntos. Yo tuve con él un vínculo maravilloso como maestro y después fui parte del grupo de maestros cuando lo acompañé en la creación de la Escuela de Teatro de Buenos Aires. Y ahí empecé a dar clases, mientras trabajaba en el mercado de Abasto y hacía Los 7 locos. Estuvimos parados un tiempo hasta que apareció la idea de que Daniel Casablanca dirigiera la obra. Y volvimos con muchas dificultades, porque todos teníamos también otros compromisos. En mi caso estaba dando clases y ya me había planteado que el 2024 iba a ser el último año. Soy un gallego cabezón a quien nada le resulta sencillo y me comprometo. Mis alumnos son un grupo hermoso con quienes vamos a estrenar una obra en marzo, como cierre del ciclo, pero los chicos en general se han ejercitado en la no lectura, en no ir al teatro ni al cine. Aunque este grupo que tengo es ejemplar, pero no es lo común, siento que remo en dulce de leche. Ya está, no doy más clases. Doy las hurras como maestro.

–¿Y qué vas a hacer?

–Quiero actuar. Tengo un monólogo vinculado con la historia de mi familia, pescadores catalanes que se vinieron en 1911, y habla de mi abuela Dolores que ejerció la solidaridad con su pueblo durante la guerra y después también. Yo la recuerdo con una bolsa de hacer los mandados de hilo plástico, con su pollera a lunares y su pañuelo en la cabeza. Salía por el barrio y contaba la hambruna que estaba pasando el pueblo español. Ella juntaba ropa, lana, harina, lentejas, fideos, y cuando llenaba una caja de papel higiénico forrada en arpillera, la cerraba, la cosía y la mandaba al pueblo de ella o de mi abuelo. Estoy trabajando en eso con Emiliano López.

–Decías que dabas clases de teatro mientras trabajabas en el Abasto…

–Crecí en el Abasto, fui taxista, vendedor de libros, de terrenos, trabajé para mi padre y mis hermanos que tenían un puesto de frutas y verduras en el mercado de Mar del Plata y yo compraba acá y se las mandaba. Y me repartía entre el teatro y dar clases porque me había invitado mi maestro. Era muy lindo, tenía mucho sentido lo que hacíamos. Y por una chica terminé siendo actor.

Manuel Callau empezó a estudiar teatro en una parroquia atraído por una chica

–¿Cómo es eso?

-Jugaba a la pelota en la Parroquia del Tránsito de la Virgen de Montallegro, en Cangallo 3333. El equipo se llamaba Búfalo Bill, la cancha era de cemento y un sábado llovió y se suspendió el partido. Había una chica que me gustaba, que hacía teatro en la misma parroquia, y decidí ir a ver de qué se trataba. Soy muy lento con las chicas, siempre lo fui, pero tengo momentos de arrojo también.

–Fuiste atrás de tu destino, después de todo.

–Si. Con la chica no pasó nada, pero me enganché con el teatro. Me gustaron los juegos que nos proponía el maestro. Nos hacía caminar por la playa, por la arena, con el viento. Ejercicios de su imaginario. Después la cosa se puso seria y estudié metodología y eso me sirvió como forma de ver el trabajo del actor desde un lugar de compromiso.

–¿Cuándo se transformó en un oficio?

–No fue tan rápido. Mis viejos se fueron a vivir a Mar del Plata y yo con ellos. Allá se abrió el Seminario Teatral Marplatense con Jorge Della Chiesa, un director interesante. Me metí y debuté el 11 de diciembre de 1969 haciendo El pedido de mano y El oso, en el teatro Ruperto Godoy, que hoy es el Payró. Estaba aterrorizado y me acuerdo que me felicitaron porque hacía al viejo Lucas y temblaba (risas), porque ponía afuera lo que me pasaba. Después me presenté a una beca para el Seminario Teatral Bonaerense, preparé un monólogo de Racine que gustó mucho. Gané una beca y me mudé a La Plata. Y ahí empezó todo, porque la beca me servía para pagar la pensión, para ir al comedor universitario y para estudiar con Raúl Serrano, que en ese entonces venía a dar clases a La Plata. Recuerdo que venía con una bufanda larga de colores, que se la habría tejido una abuela, y nos echaron del lugar por espiritistas (risas). Porque hacíamos relajación, expresión corporal, qué se yo. Nos fuimos, pero seguimos estudiando con Raúl, ya en Buenos Aires. Terminamos en un sótano a metros del Obelisco, que transformamos en un pequeño teatro, y un día vino la dueña, no quiso saber nada y nos echó. Recorrí el país haciendo teatro con ese seminario, y fuimos el primer elenco que hizo teatro en El Chocón, cuando se estaba construyendo todavía. Hicimos El enfermo imaginario que gustó mucho entre los chicos y tuvimos que hacer una adaptación urgente.

Manuel Callau como Raúl Alfonsín en Diciembre 2001

–Hiciste mucho teatro y cine, pero la televisión te dio popularidad, ¿cómo te adaptaste a esa nueva realidad?

–Bien. Había hecho Grande Pa y Amigos son los amigos antes de Gasoleros. Todos con mucho éxito. Con todo lo que me enoja de la televisión también tengo que decir que le estoy profundamente agradecido porque me pude comprar mi casa, pude trascender, hacerme conocido. Y en el mismo momento que hacía Gasoleros estaba en el Margarita Xirgu, haciendo Conversaciones con el Che, de José Pablo Feinmann. Siempre me interesó lo proteico de la actuación, la transformación.

–Decís que tenés mucho para criticarle a la tele…

–Sobre todo en esta época. Le critico el rol que se le está haciendo jugar a los medios que antes vendían jabón, pero ahora construyen subjetividad. No hay una construcción de la diversidad sino para dirigir en uno u otro sentido en la cabeza de la gente, y quien pierde es la sociedad, porque se ha eliminado el pensamiento critico y sin eso difícilmente podamos evolucionar hacia un mundo distinto. Creo que este mundo está en una crisis terminal. Estimular el pensamiento crítico nos ayudaría a pensar. Los medios son binarios, todo es blanco o negro, pero en el medio hay una infinidad de grises y de blancos también. Y me parece que es muy peligroso porque hay una violencia que se da en el pensamiento binario que es muy difícil de parar. Creo en el arte, en el deporte y afortunadamente algunos hombres que piensan bien se han metido con el fútbol y dirigen a la selección y a otros clubes. Por supuesto ganan mucho dinero, pero tienen otras cuestiones que me gustan. También lo veo en el teatro.

–Con críticas y todo, tenés mucho que agradecerle a la televisión…

–Mucho. Lo último que hice en televisión abierta fue El Tigre Verón, como antagonista de Julio Chávez. Fue un trabajo hermoso. Lo mismo que la producción de Disney, Diciembre 2001, donde interpreté a Raúl Alfonsín. Todos mis personajes me dejan algo bonito. Creo haber sido afortunado porque siempre me han llamado para hacer programas interesantes, bien escritos. No tuve propuestas de un tenor bajo. Y en la calle me siguen recordando a Jorge de Gasoleros, después de 25 años. Me han pasado cosas divertidas. Por ejemplo, cuando Roxi (Mercedes Morán) me había echado de la casa, me gritaban: “Jorge, si no encontrás donde dormir venite a casa (risas)”. Se hizo querer Jorge. Otras veces me decían: “Jorge es igualito a mi marido”, o “a mi exmarido”. Una vez se acercó una pareja, él era muy parecido a Jorge, de anteojitos, y la mujer me dijo: “Este es el Jorge de verdad”, y el tipo estaba chocho. Y en el segundo año el personaje funcionaba muy bien con China Zorilla que lo protegía y lo ayudo a editar su libro que se llamaba Crónica de una soledad compartida y, como no se vendía, salían a venderlo en los colectivos. Fue apoteótico.

–Muy poco se sabe de tu vida privada, ¿cómo es tu familia?

–Tengo una hija y dos nietos. Y hace 45 años que vivo con Rosario Lungo, que fue actriz y es uruguaya. Nos casamos hace dos años.

–¿Por qué?

–Cuando decidimos ir a vivir juntos, no casarnos me parecía un acto de rebeldía. Y ahora cuando nos casamos, le dije a la jueza que me parecía un acto de rebeldía casarnos.

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